Cézanne
Primera
exposición monográfica organizada en España en los últimos treinta años sobre
este gran artista, figura fundamental en la pintura de la segunda mitad del
siglo XIX. La muestra explora la relación entre dos géneros que el pintor
frecuentó con gran pasión: los paisajes y las naturalezas muertas En el
Museo Thyssen-Bornemisza, hasta el 18 de mayo.
Paul Cézanne, uno de los pintores franceses más significativos de la segunda
mitad del siglo XIX, es generalmente considerado «el padre del arte moderno».
Comenzó estudiando derecho en Aix, pero en 1861 se trasladó a París para
hacerse pintor. En la capital francesa estudió en la Académie Suisse, realizó numerosas
copias en el Louvre y se hizo amigo de Camille Pissarro, con
quien comenzó a pintar al aire libre.
Expuso
con los impresionistas en la primera exposición celebrada en el estudio de
Nadar, en 1874, y en la tercera de las muestras del grupo en 1877. Las críticas
que recibieron sus cuadros provocarían que Cézanne decidiese no volver a
exponer en las siguientes convocatorias del grupo y que se alejase de los
circuitos artísticos para comenzar un camino personal. Paralelamente, a partir
de 1878, año en que se trasladó a vivir con Hortense, su compañera, a
L’Estaque, cerca de Marsella, comenzó a alejarse de la estética impresionista y
a desarrollar un estilo propio. Durante toda su vida residió entre París y el
sur de Francia, hasta que en 1900 se recluyó definitivamente en
Aix-en-Provence, su ciudad natal.
Cézanne consideraba inseparables forma y color. Su lenguaje pictórico se
caracteriza por la utilización de áreas de color planas, aplicadas con
pinceladas geométricas, que van configurando la superficie del cuadro. Sus
paisajes, bodegones y retratos rompen con la concepción tradicional de
profundidad, definida por planos sucesivos, e intentan captar pictóricamente la
estructura interior de las cosas.
Cézanne. fue casi toda su vida un pintor incomprendido, incluso fracasado, como
lo había sido Claude Lantier, el protagonista de la novela de Émile Zola L’Oeuvre, en quien Cézanne
se reconoció, lo que provocó la ruptura con su amigo de la infancia. Sólo en
los años finales de su vida volvió a exponer en la galería de Ambroise Vollard
en 1895, en la que sería su primera muestra individual. A partir de ese momento
su obra pudo ser vista en otras exposiciones y comenzó a ser valorada y a
influir en los jóvenes fauvistas y en los futuros cubistas. Su exposición
póstuma, celebrada en París en 1907, fue toda una revelación y desencadenó el
comienzo del cubismo.
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